Te Prometo Anarquía

transitemos a través del aliento de la luna por los subterfugios ligosos del cerebro; no son salidas, son columpios, acaso telarañas

césar yumán

 

[CÉSAR YUMÁN]

 

EL GATO DE LA PRINCESA
[ELIPSIS TRANSPARENTE]

 

Dicen que a esa edad solo se recuerda
E S

 
Elipsis ácida, encrucijada de miradas transparentes. Nadie más que yo pudo ver la cinematografía líquida de su intranquilidad o su confusión (¿o es sólo una exageración?) que emergía de la nebulosa de sus dormitados ojos y entonces, tras escanear simultáneamente nuestros yo, descubrí lo perverso del asunto.

 
Una boca consumía a otra, luego la boca sin rostro jugando a ser otro tipo de boca principiaba su interpretación en un escenario levemente iluminado. No soporté más, di un grito y dejé la invisible butaca de ese teatro homicida. El actor trató de esconder su pánico de lisiado mientras la actriz con la boca llena de proliferación desapareció tras un telón de tabaco. Corrí por el pasillo, el pasillo más violento que he atravesado. Antes de llegar a las gradas el actor me tomó del brazo. Me liberé sin defenderme y la puerta de la cuarta pared se abrió. Entré en ese apartamento tibio y sereno y no dejé de llorar y gemir y maldecir hasta que alguien salió y le pidió, al actor que golpeaba la puerta, que se marchara. Mi maquillaje estaba completamente corrido. Instintivamente me puse alerta, pero no fue necesario. Era una chica gorda y morena quien lo alejó y me llevó a una silla esquelética. Sus gestos eran muy amables y estaba muy bien arreglada, tanto que parecía una princesa abandonada en su castillo, una princesa cuyo príncipe murió en la batalla contra un dragón de tinta, jamás llegando a ella.

 
Habló hasta que mi falsa serenidad le dijo que podía hacerlo. Conversé, sin ánimo, con ella. Luego, silenciosamente apareció la figura felina.

 
Aquella noche me marché perturbada por el plan suicida. Pero regresé, era demasiado intrigante para mí un plan así, me era necesario saber la razón que lo sostenía. La noche que estuve allí sólo me dijeron que la figura felina intentaba vivir lo suficiente para llegar (o volver) a su pasado, imaginé que él esperaba que tarde o temprano inventaran una máquina del tiempo real, sin embargo, todo resultó ser mucho más crudo.

 
Durante dos semanas estuve pensando en los sueños y en la muerte y en cómo se recuerdan los sueños. De eso hablamos aquella noche… su plan era dormir hasta la vejez avanzada. Pasar años y décadas dormido y esperar el momento de poder recordar en automático, bajo una hipnosis blindada. La princesa estaba en contra de ello, desde el primer momento en que él entró sin ronronear me di cuenta de que se hallaba enamorada. Todo me parecía un puñado de vísceras besadas por un bisturí. La figura felina obtuvo la idea de una novela extrañísima (al menos en su tiempo) de un argentino. En la novela una chica o un anciano dice que cuando ya se es muy viejo, sólo se recuerda (pero tras decir esto me doy cuenta de que fue la chica), es decir que no existe nada más que los recuerdos, por lo que la figura felina conjeturó que a esa edad la realidad (o presente) no existe y que se habita en el pasado volviendo a vivir lo que uno más recuerda, así que si dormía y dormía no recordaría, no viviría nuevos recuerdos y esa edad llegaría más rápido… sería como hacer un paréntesis hasta volver a lo que amaba. Estaba jugando al científico loco o eso me pareció, poniendo a prueba una teoría rarísima y desesperada, estaba intentando crear (y probar) una curva, un círculo o simplemente una desviación de la realidad hacia un punto ya muerto y perdido en los circuitos fundidos del tiempo y del espacio. Lógicamente la figura felina y la princesa no creían en la vida después de la muerte, para ellos la inmortalidad del alma era una broma.

 
Esa segunda vez sólo estuve con la figura felina, no hablamos, dormía. La princesa estaba por salir, pero al ver mi llegada algo la detuvo, su tardanza en la puerta fue sobrenatural. Estoy segura de que no quería dejarme sola con él, sin embargo, lo hizo. “Cuida que sólo tome el medicamento rojo”, me dijo, el azul no. “Claro”, le dije, pero luego me percaté que en la habitación había una infinidad de medicamentos. Por un instante me aturdí y me pregunté qué putas estaba haciendo en realidad allí. Pero creo que ya lo sabía. Sus párpados se abrieron y me hallaron de espaldas, sentí sus ojos deslizándose por mi cabello, mi espalda, mis caderas y giré. Nuestras miradas se cruzaron y comprendí su dolor, él también entendió el mío. “Muriel”, me dijo y sonrió, algo que no había hecho antes, sus bigotes felinos se sacudieron. No recordé (ni recuerdo) haberle dicho mi nombre, en realidad cuando la princesa me lo preguntó sólo respondí: “Me dicen Zombie”. Cerró de nuevo sus párpados, ni siquiera miró el medicamento.
“¿Para qué son los medicamentos?”, pregunté la siguiente visita. “Son para dormir”, dijo ella. Yo lo suponía ya. En esa visita no vi a la figura felina, dormía y a mí sólo me apetecía imaginar su sueño, pero de pronto la princesa agregó: “También son para no soñar”. “¿Qué?” “Para no soñar”, repitió. Una vida sin sueños me pareció ser un televisor sin señal al apagarse. Pensé en el papel del alma ¿sin sueños, en dónde estaba?

 
Hablamos de cómo me sentía después de la escena del teatro, pero intenté desviar la conversación y traté de evitar cualquier contacto visual innecesario. Sentía que sus ojos me desnudaban y hacían suya. Inesperadamente (aunque quizás lo presentía) se puso a llorar. Maldije mi suerte, no quería ver más llanto, pensé en asesinarla. En medio de su alud me contó una historia que ya sabía, la leí en los ojos de la figura felina aquel instante en que despertó. La princesa me dijo que hacía algunos años que él solo comía y dormía, heredó mucho dinero al morir su hermano, su novia también murió, los asesinaron en su casa (donde vivía la figura felina con su novia). Todo hacía parecer que su hermano y la novia tenían un amorío (Vaya palabra, pensé). “Después del crimen y a pesar de las investigaciones él jamás lo creyó, ella era mi hermana, se desangró en la cama junto al hermano de él”, dijo. Cuatro balazos en total, dos balazos en el pecho a cada uno, muchos sospechosos, ningún culpable. Sí, la figura felina deseaba recuperarlos. Lo que no sabía la princesa obesa era que la figura felina rompió con su novia antes de que la asesinaran y que lo que más le dolía no era ella, sino la ausencia de su hermano en su vida. Pero ella estaba convencida de que era su hermana la estrella distante de esta historia. “Yo lo amo”, dijo, “siempre lo he adorado, por eso cada vez que despierta trato de convencerlo de que la olvide y de que abra bien los ojos”.

 
El resto del tiempo trascurrió lánguido. Volví a casa tras una o dos horas, volví aterrorizada. Decirle lo que yo sabía era absurdo, no me hubiese creído, ni yo hubiese creído lo que seguía.

 
La mañana del día que elegí para visitarlos de nuevo me desperté pensando en la escena de las bocas que desmembraron mi corazón. Sentí mil nauseas recorriendo mi garganta y mi paladar sin cesar. Eran las diez o las nueve o tal vez las once. Ya en la cocina, encontré el periódico. La figura felina era carmín entre sus sabanas. La princesa estaba esposada. Según el diario ella gritaba… no podía dejarlos reencontrarse, tardé catorce años, pero finalmente no pude dejarla quitármelo de nuevo. “Vaya”, insinué con los labios. La figura felina, en la fotografía final, lucía dos tiros en el pecho.

 

20 de enero de 2015
1988, Guatemala Ciudad, narrativa

¿algo qué decir?