Te Prometo Anarquía

Dios se fue sin despedirse y quedaron trazos esgrimidos para la materialización de seres incompletos

 

 
[JULIO PRADO]
 
 

I’M LOOKING FORWARD TO JOINING YOU, FINALLY

Justo como un animal domesticándose. Así me siento, echado en la acera, al lado de la mujer que toca el acordeón. Es ciega y poco virtuosa con el instrumento. Toca una canción absolutamente melancólica con la torpeza de un diletante y eso me tiene fascinado. Y mientras la oigo tocar, pienso en la maldita foto. Acabo de toparme con Verónica en el diario. Abrazándose con otras señoras, porque Verónica ahora es eso: una señora, de brazos gordos que abusa del fijador y de los tintes. Pero no pude, por más que quise, sentirme gratificado con la vida. Es que me da por pensar en la absoluta facilidad con la que me deshago de la gente. Aún sin pensarlo. Como lo hice con Verónica, en su tiempo. Y me gustaría saber qué ganaría mi vida si no fuera tan insoportablemente nihilista. Pero sólo es un deseo descartable. Me gustaría, en todo caso, que esta ciudad no fuera una herida abierta, y que este que camina, no fuera yo, sino mi sombra. Y que los lugares se lanzaran al olvido, tan fácil como las malas noches en la cama y que, por dios santo, en todos los malditos cafés donde estuve feliz y acompañado, fueran demolidos e incluso dinamitados, y en su lugar se edificaran monstruosas torres de oficinas, atestadas de abogados y psiquiatras. Para que la gente a la que he defraudado, tenga un amigo donde acudir. Como lo tuvo Verónica en su tiempo, cuando me acusó con su terapista de maniático depresivo. Y también de narcisista —lo olvidaba—. O como cuando llegó con su abogado y me quitó la mitad de mis cosas. Incluso de mis libros, que estoy seguro quemó junto a nuestro abstruso pasado. Pero nada de eso va a pasar. No mientras siga escuchando a la mujer tocando su acordeón. Y, maldita sea, no tenga ni una moneda para darle a modo de agradecimiento.

Dichosos nosotros los que jugamos a ser amantes en la carencia, valentines paupérrimos que sólo sabemos regalar calor guardado debajo de una sábana y una mano que acaricia debajo de la mesa sucia de una cafetería trasnochada.
Dichoso yo, que te tengo a ti, para bailar cuando no se baila, reír cuando no se ríe, y amar en tiempos de rabia. Lámpara que alumbra la densa oscuridad de mis dudas. Llama que arde. Verdad sabida. Letanía. Quiero inventar un idioma, para rebautizarte con un nombre que te haga justicia, maravilla, encierro de bondad, generosa, has tenido todo para mí y yo, querida, sólo te doy a cambio un gracias y estas notas, que al final son nada.
Mesura. Eso me pido. Decirle sólo a tu oído las cosas dulces que se me ocurran. Guardar mi amor en una almohada, donde te acuestes a soñar con futuros, casas amuebladas y desayunos para dos en la cama. No quiero gritar nada. Hacer un alboroto. Tú sabes, amor, que lo mío es hablar quedo y que lo último que quiero, es darle una oportunidad al destino para la venganza. Han sido demasiados inviernos los que te esperé apostado en esta esquina. Viendo hacia la misma ventana. Esa que daba a la sala, de la casa en que no estabas.

SONNTAG

Amaneció lloviendo y es domingo. Aunque seas el tipo más optimista de esta ciudad, los días como hoy soy una combinación que invita a permanecer en casa todo el día. Solo. Con el viejo amigo Jack. Así que no hago otra cosa más que ver mi jardín. Porque tengo uno, como previsión para la vejez. Me entretengo remozándolo, abonando el pasto, regándolo. Cada dos días. Pero hoy me ahorré el trabajo: está lloviendo y hace frío. ¡En marzo! Quién iba a decirlo, en pleno trópico del istmo centroamericano.
El vecino sale a caminar bajo la lluvia. Parece no importarle la amenaza de gripe. Yo tengo gripe y me siento fatal. Me da cierta envida verle andar despreocupado bajo la llovizna. Parece entrar en razón. Desiste de su caminata. Sube al auto y se va. Admirable. Yo no podría dar dos pasos en la calle. Por consiguiente resuelvo quedarme en cama. Pero no puedo. Pienso en el cúmulo de cosas en el clóset. Son tantas, que las puertas van a ceder en cualquier momento. Podría ser mientras esté durmiendo, por ejemplo. Una avalancha de basura inundará la habitación. Y será inútil resistirse. Estaré ahogado entre papeles viejos, cajas de zapatos y calcetines sin su par. Hasta que el vecino regrese de su paseo dominical y escuche mis gritos. Es una pesadilla.
Me obligo a prevenir el daño. A sacar la basura, vamos. Tengo que comenzar por algo: las cajas de zapatos. Dentro de las viejas cajas de cartón, encuentro fotografías. Son de algunos de los viajes que he hecho; pero no aparezco en ellas. Pero sí mis amantes. Es como si intentara borrarme de mi propia vida eliminando cualquier prueba de mi existencia. La teoría del autoboicot. Las fotos no las tiro.
Encuentro dos cajas repletas de papeles. Son colecciones de facturas, notas de desahucio, memorandos de prensa, artículos escritos y olvidados, una carta amabilísima que redacté para el editor que extravió hace cinco años el manuscrito de mi novela fundamental, y una sorpresa. Una nota de Eva:

Julio, corazón:
(Eva siempre fue sarcástica)
Anoche lo decidí. No quiero vivir más con vos. No es nada personal, lo sabés. Es sólo que la cosa no funcionó.
Eva.

PD. Le hubiéramos puesto Adrián. Era hombre.

 

BIENAVENTURANZA. PRIMERA.

Esto último adquiere sentido cuando examino el reverso de la nota. Estaba escrita sobre una factura. Del doctor Carlos Umaña, ginecólogo y obstetra. No tengo idea de cómo llegó hasta aquí la nota. Es más: Eva no me dejó así de pronto. Optó por una beca y se fue a estudiar su maestría en biología. A Frankfurt. Debe ser una farsa. Una venganza, de alguna pelea estúpida. Además, siempre tomaba sus pastillas. Yo la veía haciéndolo, era una obsesión, de las mórbidas. Mierda. Jack no va a ser suficiente esta vez.

Son las once de la mañana en Guatemala. En Frankfurt, las seis de la tarde. Tomo el teléfono y llamo a Eva.

Hola Eva / Hola, ¿quién habla? / Habla Julio / ¿Julio? / ¡Sí, Julio! / Bueno, ¿qué quieres?, estoy a punto de salir a cenar…/ Encontré tu nota / ¿Qué nota? / Esa nota donde dices que me ibas a dejar. Y que tuvimos un hijo…/ ¡Estás loco! No existe ninguna nota así / Bueno, si te llamé es porque la estoy leyendo. No hay otro motivo para hablarte. No lo hago desde que te marchaste y eso fue hace un año y medio / Oye, este asunto es ridículo. Jamás te escribí una nota así. Cuando me fui te lo dije de frente y créeme: NUNCA TUVIMOS UN HIJO. Así que hazme un favor, déjame en paz, que ya me tengo que ir a cenar. Lotar está esperándome / ¿Lotar? / Adiós Julio. No me vuelvas a llamar. El número te lo dejé por alguna emergencia familiar. FA-MI-LIAR ¿me entiendes?, y ésta, definitivamente no es una.

Colgué el teléfono. Me serví otro güisqui. Tiré todos los papeles a la basura, sin prestarle atención a ninguno.

Basta de sorpresas por hoy.

SELVA

La casa de un asalariado los últimos días del mes es mucho más salvaje y peligrosa que la misma amazonia. Si uno tiene hambre debe procurar su sustento. Y con hambre cualquier cosa es alimento. El calendario marca treinta y mi saldo de cuenta cero. Voy hacia la cocina y abro el refrigerador. Lo único que permanece es una cebolla. Y sus hongos. Por aquí, lo que se deja a su suerte, es siempre de los hongos. Y del musgo. Como el auto abandonado que una vez encontré en la carretera. Cierro el frigorífico. Examino el área. Las alacenas. Al abrirlas, me topo con la monstruosa abstracción de la nada: el vacío. Dos latas están allí olvidadas. La fecha de caducidad es, para el pobre, una simple anécdota circunstancial. Códigos incomprensibles. Las destapo a cuchilladas. Ahora, el derrumbe es inminente. Los melocotones en almíbar están podridos. Las prioridades son enlistadas. Agua potable, luz eléctrica, telefonía fija, vicios. Eliminación al azar. No los vicios. Enciendo la PC. Puede ser la última vez que la encienda, antes de que corten la luz. ¿No son románticas las velas? Un correo llama mi famélica atención: 264 dólares americanos si envío correos. Sin borrar el destino. Supr. Eso dice la tecla que presiono. Nervios. Hambre. ¿Eras en verdad tú, Bill Gates? ¿Habré perdido una fortuna? Tomo mi último trago de vodka. Lo que quedaba en la botella. Y la tiro junto a las latas de fruta en conserva.

 

17 de junio de 2008
1979, Guatemala Ciudad, narrativa, prosa

6 intervenciones en “Dios se fue sin despedirse y quedaron trazos esgrimidos para la materialización de seres incompletos”

  1. Sergio Espada Umaña dice:

    Genial Prado, los cuatro relatos me han parecido maravillosos, no puedo dar calificación, sería desmesurada. Por el momento impactado por completo con el penultimo de estos cuatro. Ahora me retiro, el premio literario es suyo maestro.

  2. PROSÓDICA dice:

    Me pasaron el Norte de que andabas por aquí, y no pude dejar de pasar y leerte una vez más.

    Vos y tu forma de unir palabras tienen algo bueno: el lector verdaderamente se introduce en tus relatos, acaparas la atención, envolves, haces que uno sienta lo que vos querés que uno sienta. Y eso no cualquiera lo logra……requiere mucho más que saber escribir, requiere HABILIDAD para las letras y manejo de emociones en sentido general.

    Mano, como siempre buen trip.

  3. Prado dice:

    Gracias. A ambos.

  4. Alex dice:

    Nada, solo sumarme a las palabras anteriores. Buenos relatos.

    Saludos

  5. La Filistea dice:

    Julio que maravilla!
    El segundo es uno de mis favoritos, junto con el primero y los demás.Envidio y con envidia de la mala tu habilidad para condensar tantas ideas.

    Maestro.

  6. Lucia dice:

    Me encantan tus relatos, es como si tu estuvieras leyendo; son pasajes que se adaptan a la realidad de cualquier ser humano que se sumerge en la carencia del sentido propio y lo perdido. Hasta lo senti propio!!!

¿algo qué decir?