Te Prometo Anarquía

a veces nos da por atender al silencio a pesar del crepitar del aire que habita en el secreto ajuar de nuestro cuerpo, para mutar así en verdaderas almas

 

[FRANCISCO JUÁREZ]

 

CON ESTOS OJOS EN ESTE MUNDO

 

Vi al cielo, luego mis manos.

Ambos me parecieron irreales,

qué difícil aceptar su existencia,

ambos, en un instante, se apagarán.

 

Veo, a través de la ventana

el solitario árbol, desde el que el ave canta.

Qué cercanía la de ese árbol,

mecido por el viento.

 

Veo, a través de la ventana

la niebla como un manto

frío y desesperado,

como este de mi lecho.

 

Veo, a través de la ventana

las calles silenciosas.

Mañana caminaré por ellas,

me digo inocente.

 

Veo, a través de la ventana

inaplazables fantasmas.

Un cuerpo tendido

entre tristes hojas blancas.

 

Por alguna de esas calles,

no volveré a caminar, jamás.

Llevaré entre las manos

la corona fría de la escarcha.

 

Dormido, sin cielo, sin árbol.

Qué soledad la de esas calles

sin mi. Como la de una estatua

cuando no hay ojos que la observen.

 

Dormido, sin llanto, sin nudos

que desatar, con los días apagados

para siempre.

El mundo estará exiliado de mi ser.

 

De este lado todo siempre es igual.

Antes y después de ser visto

por mis ojos través de la ventana,

permanecerá igual.

 

El dulce jardín con la rosa y el charco,

el árbol de níspero y el llanto de las aves

en el atardecer. El mármol con ese nombre

arrebatado de mi mundo tan temprano.

 

La vista de la ciudad al anochecer

desde una terraza lejana.

El camino bañado de hojas muertas.

El silencioso teatro vacío.

 

Todo permanecerá igual.

 

Entonces,

¿cómo puedo estar viendo,

con estos ojos, con este

par de ojos, este mundo?

 

¿Qué cielo es el que ahora miro?

Para siempre, para siempre,

¿Qué veo ahora entonces,

si hay un para siempre?

 

¿Qué momento de la eternidad

observo? ¿Cuál es este cielo?

¿Qué será de este árbol

y este mundo sin estos ojos?

 

¡Ay de mi! Vaho que sucumbe

sobre la ventana. Fugaz reflejo

cubierto por la cortina.

Muerto que observa muertos.

 

Sólo tengo estos ojos,

sólo tengo este mundo.

Pero todo es tan efímero.

Pero somos uno.

 

¡Tengo las palabras!

me digo, nuevamente.

Pero las palabras son el mundo,

y el mundo son mis ojos.

 

Puedo escuchar el crujido,

penetrando, silencioso

mientras veo a través de la ventana.

Pronto cesará la trampa del lenguaje.

 

Entonces los ojos de este mundo

me verán, y podrán decir, señalándome,

fríos, blancos y crueles:

esos huesos son míos.

 

AL AMANECER DE UNA NOCHE DE LLUVIA

En memoria de John Keats

 

Como la vela contra la ventana

y el humo de media noche,

el cielo se derrama

incesante sobre campos polvorientos.

 

Una paciente almohada

soporta los pesados sueños

que alguna vez hicieron

crujir las escaleras.

 

El polvo se posa sobre los cabellos

y el lomo de los libros.

 

Una prenda blanca se sacude con violencia,

el cielo es gris

y nada crepita ni hierve en la cocina.

 

Chorros de lluvia se precipitan

desde el techo hasta la calle,

esa en la que las flores, detrás de la pared,

teñían de blanco el negro suelo.

 

El pórtico, ese de tantos días y noches,

vio entrar el cuerpo tendido entre brazos

y voces apagadas.

 

Sobre la mesa de noche queda ya,

fría y grumosa, la sopa y la cuchara,

y miles de cielos y de nubes,

y millones de arduas estrellas

 

esas que oculta el día,

que como fruto abandonado

debe la mañana.

 

Y las nubes cobrizas,

y las nubes grises,

y el cabello desmañado,

y algunas cuantas lágrimas.

 

Mientras tanto la vela continúa

prodigando el humo contra la ventana.

 

Amanece.

 

El ave canta otra vez

por la mañana,

y el vapor y el rocío

flotan en el aire.

 

Pero nada de esto ha sido cierto.

 

Apenas

unas cuantas horas

y una leve llama,

sosteniéndose en las escaleras

antes de extinguirse.

 

ESPIRAL

 

Una campanada

el grito del ave

los pasos entre las olas

la puerta que se entreabre

la canica que rebota

la llama crepitante.

 

La sirena de la ambulancia

la caja musical

el eco del pasillo

el embaldosado de ajedrez

el tableteo de la máquina de escribir.

 

La hoja que se arrastra

el viento bajo la puerta

la sombra tras la ventana

el reloj y su cuerda.

 

El lápiz sobre la hoja

el respirar en la habitación

la cortina que se mece.

 

El charco y sus círculos

la hormiga sobre el rosal.

 

La vida y el delirio.

 

AUSENCIA

 

Durante un mes

ambos vivimos en este mundo.

¿Cuántas veces me tuviste en brazos?

No puedo recordar tu calor.

¿Cuántas palabras dijiste a mi oído?

No puedo escuchar tu voz.

Tu ausencia ha estado llena de silencio

y el mármol que lleva tu nombre

es para mí un lugar escondido.

Las fotografías no me dicen nada,

apenas que no estás.

que lo estuviste durante un mes.

¿Es que pagó el destino mi vida

con la tuya?

Odio la madeja que llevaba tu hilo,

cortado al día treinta de comenzar

a anudar el mío.

Esa madeja de la que he salido,

abrazado en tu regazo

en tu último suspiro.

Si algo he recibido de este mundo

es la ausencia de saber y no tener,

y las usuales palabras,

«es tan parecido a él».

 

ÚLTIMA MORADA

 

Mío es el lenguaje.

El tumultuoso torrente,

el cúmulo insomne de obsesión,

el vaivén de la ola espumosa,

la oscura soledad del fondo,

el lento caminar de la nube,

el cielo enceguecedor.

 

Lo siento en cada letra,

en cada grafía de tierra y de sangre,

en el lento desnudar del cuerpo,

inclinado sobre la triste cama

solitaria y moribunda,

noche cercana y eterna.

 

Míos son estos restos

escondidos bajo el agua,

bajo la luz de luna,

entre eternas ruinas olvidadas.

Mía es la enredadera y la estatua

el verde-gris del eucalipto

el sueño del olivo.

 

Nada hay fuera de la palabra

nada me guarda el mundo y sus espejos.

 

Mío es el lenguaje.

Nada poseo.

Nada tengo.

Nada soy.

 

Mío es el lenguaje,

esa última morada.

 

 

14 de abril de 2017
1989, Guatemala Ciudad, poesía

¿algo qué decir?