Te Prometo Anarquía

ausculta el cielo magro para apreciar el nacimiento de bólidos flameantes que arrasarán el hálito de vida que habita entre la muerte

juan calles

 

[JUAN CALLES]

 

 

 

REGINA, MARÍA, SONIA, DAMARIS, CUALQUIERA…

¿Tenés gusanos en las manos?, preguntó mientras la jaloneaba; ella quiso verse las manos o responder algo, pero los gusanos ya le comían los ojos. Sólo entonces sintió la lluvia sobre su cuerpo y no había nada más que decir.

 

ABRAZOS COMO GRITOS

Con el índice derecho untaba coca en sus labios, agarraba a su horrible gata del cuello y cabeza y soplaba fuertemente en el hocico y nariz; de inmediato daba play al disco de Freddie Hubbard, la trompeta inundaba la habitación y la gata alucinada brincaba casi al ritmo de la música. Ella se recostaba usando sus brazos como almohada y disfrutaba el espectáculo. “Amo a mi gata”, decía. Yo desde mi rincón inundado de humo de cigarro solo podía reafirmar que el amor apesta.

 

LA ESPOSA

La llevé a una patibularia cafetería china, ponían música de Los Iracundos, ella llevaba botas rojas y dulces típicos en la bolsa, le chorreé diez palabras en la oreja blanca y delicada. Pensaba en su marido, lo sé por que vio nerviosamente hacia la puerta mientras se mordía los labios. Olía a brillo labial y cerveza. Después de tres sorbos y pensarlo por un minuto me dijo que si, que me permitirá inocularla con un poema de Pablo de Rokha. Con poco disimulo le saqué el pecho izquierdo, puse su pezón en mi boca y soplé con fuerza. Dos horas mas tarde ella hacía maletas, se iría al sur, el marido lloraba y yo hacía una anotación más en mi copia mimeografiada de “Los Gemidos”.

 

LA SAGRADA FAMILIA

La familia completa dormía en una cama grande de madera, se cubrían del frío con un poncho momosteco, bajo las cobijas y entre los cuerpos se adivinaba el cadáver de un perro. Cuando despierten, la familia completa llorará de hambre, de pena, de culpa.

 

DESPEDIDA

Gracias, eso vine a decir.
Ella dio un portazo que me despeinó. Las lenguas de colibrí cayeron desparramadas fuera de la caja roja que sostenía en mis manos.
Toqué la puerta una vez más; pero por la rendija pude ver que ella servía sopa de geranios y cantaba una canción ixil.
Y entonces lo supe, las lágrimas saben a cerveza tibia.

 

SÁBADO EN EL PARQUE

La poeta tatuada puede confirmar todo lo que cuento, siempre estuvo alli, sin ponernos de acuerdo ella llegaba puntual. Cuando el primer pájaro en llamas cayó a nuestros pies, ella sólo pudo decir, mientras lo miraba asombrada “Puta, inmolarse, hijo de Ícaro, con vos dejó de ser opción exclusiva de los humanos”. Yo, que ya esquivaba el tercer y cuarto pájaro en llamas, antes de levantar la vista al cielo, vi cómo en un último aleteo un pájaro en llamas que caía sobre un carro rojo intentó graznar pero solo logró aumentar su inexplicable combustión.

La poeta tatuada corrió a cubrirse bajo la sombrilla del hombre que vende la comida para los pájaros que ahora caían al suelo cubiertos en llamas. Así que ella quedó del otro lado de la calle y yo en el atrio de la iglesia, parado junto a las columnas.

El suelo ya estaba casi cubierto por los pájaros en llamas, el olor empezó a ser insoportable; estaba impresionado, una inmensa tristeza me apretaba la garganta y me impedía reaccionar. La poeta tatuada me hacía señales con las manos y gritaba algo que no lograba escuchar, ni entender.

Algunos minutos después un silencio total y absoluto nos hizo creer que todo había terminado. Al fin pude entender lo que la poeta tatuada me decía, volteé a ver, como ella me pedía. Del interior de la catedral salía un niño en llamas agitando las pequeñas manos, se podía ver que el niño gritaba, pero ningún sonido salía de su boca. Las mamás de los niños en llamas lloraban y rezaban.

La poeta tatuada logró llegar hasta mi, me tomó por el brazo y corrimos hacia una calle llena de cantinas que a esa hora parecía desierta. Nos perdimos entre callejones y calles llenas de smog y griterío. Cuando nos dolían las piernas y no podíamos respirar de tanto correr nos sentamos en una grada frente a una puerta que parecía que siempre estuvo allí, desde el inicio de los tiempos; sacamos los cuadernos y empezamos a escribir, como que de eso dependiera nuestra cordura.

Una columna de humo negro se levantaba sobre los edificios y casas, por el mismo rumbo de la catedral. “Ojala lloviera”, dijo la poeta tatuada. No pude levantar la vista, no pude responderle o no quise.

 

06 de febrero de 2013
1976, Guatemala Ciudad, narrativa

una intervención en “ausculta el cielo magro para apreciar el nacimiento de bólidos flameantes que arrasarán el hálito de vida que habita entre la muerte”

  1. Vanessa Ramos dice:

    No quepa duda que cuando el pájaro nocturno enarbola el sueño en vuelo, salpica las estrellas que caen estrepitosas al charco de la realidad, explotándonos, maravillados, entre las manos.

¿algo qué decir?