Te Prometo Anarquía

la disección como suculento manjar delikatessen en el imperio de los parias y los solitarios: succiónanos de madrugada

Engler García

[ENGLER GARCÍA]

 

 

FLORES

 

En una esquina cercana a la oficina venden flores. Una patrulla de la policía está mal estacionada, ocupa completamente la acera dificultando el paso. Tiene las luces de emergencia encendidas. Es un día con mucho sol y después de un fin de semana cotidiano en este país. Entre el recuento de muertos, algunos policías. Pienso en la chica que trabajaba en la oficina y en todas las veces en las que me esmeré en parecerle divertido. Alguna vez pasamos frente a estas flores y me preguntó que cuándo le iba a comprar unas. Terminó saliendo con el encargado de mantenimiento quien se acaba de comprar un carro nuevo. Recién concluyeron algunos trabajos de remodelación en la oficina. Los dos policías, un hombre y una mujer suben a la patrulla con un ramo de flores cada uno. La chica finalmente logró que la despidieran. El día que se fue, me mostró satisfecha su cheque de liquidación y cuando le pregunté por lo que pensaba hacer, voy a ser puta, me dijo, total, ya casi lo hago. La patrulla apaga las luces de emergencia y se aleja con parsimonia. Pienso en ella y en su olor embriagante. De cualquier manera, estoy seguro, se hubiera largado. Las flores no sirven de mucho.

 

MARIACHI

 

El lugar entre semana es un ir y venir de miles de gentes. Carretas, camiones, viajeros y cualquier producto transado en ventas sin pagar impuestos. Restos de verduras aplastadas, frutas podridas y con la piel abierta. Basura con olor a mierda. Humo, ruidos y más humo. Domingo, la mayoría de locales están cerrados. El de la esquina permanece abierto. Frente a él van y vienen gentes con ropas limpias delatando sus orígenes caseros y sus divinos destinos de salvación. Mujeres semidesnudas apostadas en las puertas de palomares sobrepoblados con rótulos de hoteles y pensiones. Mendigos arrastrando sus hilachas, sus miserias. Con sudaderos que acentúan la delgadez de sus cuerpos hambrientos y la opacidad en sus cabellos. Siempre llevan en el puño de la mano un trozo de tela o una botella de alcohol medicinal. Seis brochas acosando a preguntas a una señora cuyo destino podría ser cualquier rincón de este país. La calle luce ancha a pesar de las ventas y covachas improvisadas desde siempre. Domingo, día de lucir en todo su esplendor los enormes y descoloridos plásticos negros que los cubren. Sobre el arriate del boulevard restos de aluminio, cobre, papel. El centro del reciclaje funcionando a las orillas de este lugar que siempre parece a punto de colapsar. Recuerdo hace años los esfuerzos municipales por desalojar a los miles y miles que a diario vienen. Siempre he pensado que el humo de una patrulla incendiada los hizo desistir. Fueron tiempos feroces. Si existe un lugar cosmopolita y representativo de este país no hay que buscar más. El lodo grisáceo de la calle prevalece. Hace calor, son las once de la mañana. Con ese fondo el blanco del taxi se ve impecable. Tres hombres sentados en el asiento trasero, con cervezas en la mano, camisas arrugadas y abiertas por el pecho. Uno de ellos lleva sombrero. Los músicos, los tres tipos y el taxista parecen hartos de representar una y otra vez el mismo papel. Rutina diaria, modorra dominical. El mariachi toca una canción que desconozco. Me gusta. El soundtrack preciso para una calle en las afueras de la terminal. En los rostros de los músicos puede adivinarse que cuando les paguen las canciones con un par de billetes arrugados terminarán en la cantina de la esquina. Un rótulo en letras rojas y negras pintado a la pared anuncia, BIENVENIDOS AL CIRCULO. 

 

SIETE A.M.

 

Mientras tomo mi desayuno veo pasar al chico que todos los lunes y los viernes toca la puerta de mi casa. Llega por la basura y una vez al mes a cobrar. Lo veo pasar y sé que le va al Municipal. Usa unos lentes redondos como su rostro, moreno, morocho, con el pelo recortado. Un espeso bigote y su playera de pentacampeón cubriendo una buena parte de su pantalón camuflado. Siempre me ha parecido uno de esos tipos que van los domingos a jugar al fútbol para emborracharse después. Tal vez me equivoco. Tal vez va a la iglesia. Pago mi desayuno. Ocho quetzales por dos huevos estrellados, una porción generosa de frijoles refritos y un chorrito de crema. Tortillas recién hechas por una cobanera que mecánicamente las produce con su maquinita. No aplaude, ni sonríe, ni desea buen provecho. Solo baja y sube la palanca de su maquinita. Y una taza de café. Hay algo en esto de los cafés en vasitos de duroport a lo largo de esta calle, en puestos callejeros, comedores y carretillas, no he sido capaz de encontrar dos que sepan igual en distintos lugares o en distintos días en el mismo lugar. Pasa un grupo de policías y soldados, se detienen en la esquina a esperar que el semáforo cambie. Unos chicos harapientos y sucios se embriagan en una tienda. Uno de ellos grita. ¡Ya estamos bien a verga! ¡Y qué! Cambia la luz. Los policías siguen su camino y los chicos se quedan brindando. Salud, chocan los octavos y sonríen. Espero llegar a la oficina.

 

BLUES, GRIS

 

Ha estado lloviznando toda la tarde. Camino hacia la parada del bus con la mirada en el suelo. No quiero levantar la vista, ver a alguien a los ojos que como yo sale de la oficina después de la jornada exacta y el pago esperando en el banco. Y con la sonrisa fingida. No, no quiero. Tomo el bus que camina lento. Solo se escucha el sonido del motor acelerando y desacelerando. Algunos oficinistas con suéter de lana y ropas planchadas se quedan de pie. Ya no hay lugares vacíos. Alguien canta. Apenas logro divisar una parte del traste de una guitarra. Stay close to me, don’t let me be alone, it’s tearing apart my blue, blue heart. Una voz otoñal y una paciencia pasajera viajando lentamente de un acorde al otro. Voy viendo los muros de los edificios. No están del todo mojados. Solamente por arriba. La humedad se desliza por ellos cual parafina de una veladora derritiéndose. La canción llega a la parte final. Le ha tomado casi todo el viaje desde que me subí hasta ahora que me apresto a bajar. Ha cantado incluso esa parte que va como en rap. Un susurro. Logro ver al viejo, barba blanca y tez negra. Una desgastada guitarra y un saco sucio. El viejo camina hacia atrás como parte de ese ritual de cientos. Con dulces unos, otros contando una dramática historia, algunos con cortauñas, portagafetes, lapiceros. Cualquier cosa. Hastiado de verlos, preferimos las ventanas aunque por seguridad o más bien por inseguridad, siempre los miramos de reojo. Nos miramos de reojo. Algunos le dan monedas al viejo y las deja caer al fondo de su guitarra. Emiten sonidos secos que rebotan por la caja amplificadora de una tarde gris. Casi parece una coda para el blues que recién acaba de tocar. Acaso el dinero que me depositan en una cuenta bancaria por venderles mi apagado corazón sólo tenga el sonido cacofónico de algunos teclazos y un par de clics. Me bajo. El viejo se queda en la puerta trasera. Camino el par de cuadras hacia mi casa en medio de la misma llovizna. Mis pantalones empiezan a mojarse como los muros, pero al revés. De abajo hacia arriba. A este ritmo mi corazón quedará atrapado entre dos fríos acercándosele, acorralándolo, asfixiándolo.

 

TARDE DE DOMINGO

 

Es domingo, tarde, casi noche. Las calles de esta ciudad se pierden en la nada, apenas unos carros circulando como si fuese una canción lenta, casi una balada pero sin serlo del todo. Es imposible que un conductor de un automotor sea por lo menos cursi. Ya se sabe como son.

El viento sopla. Bolsas plásticas y basura se arremolinan como en aquella escena de Sam Mendes. Desde el portal de una puerta en un segundo nivel, una chica me mira. Tirita de frío, tiene los brazos cruzados como si se abrazara a ella misma. Una pequeñísima falda negra y otra pieza de igual tamaño la cubren. En una de las manos tiene un jugo o desde donde la miro eso parece. Bebe, sin prisa. Pareciera no tener ganas de entrar al local a sus espaldas. Nadie la ve. Desde esa altura parece dios. Yo también tengo frío. Tal vez cuando entre, la vea y la invite a otro jugo. 

El lugar vacío, las luces neón que alumbran el centro del local parecen tristes, siempre lo están. Generalmente siempre hay algún cuerpo contoneándose y eso desvía las miradas. Por eso la tristeza y la soledad se disipan momentáneamente. Esta casi noche en cambio ningún cuerpo se contonea. Será porque hay pocos clientes, más meseros que clientes y más chicas que meseros. Una ecuación que seguramente no cuadra en las cuentas de los administradores. O tal vez sí.

La chica recién se ha despertado, me cuenta. En sus ojos hay una tristeza que intenta convertir en alegría. Agradece a dios por sobre todas las cosas. Otro año de vida. Pero rápidamente toda cortina se desvanece y entonces surgen de sus pequeños ojos algunas lágrimas que intenta contener. Nunca había trabajado para un cumpleaños dice y tiene que tragarse las ganas de romper en llanto. Pide permiso para ir al baño. Tarda bastante en volver. Sorbo el último trago del jugo que pedí. Dejo la pajilla mordisqueada y me voy. Afuera la ciudad también entristece.

22 de diciembre de 2010
1979, Guatemala Ciudad, narrativa, prosa

10 intervenciones en “la disección como suculento manjar delikatessen en el imperio de los parias y los solitarios: succiónanos de madrugada”

  1. Prado, Julio dice:

    Este tipo sabe escribir. Yo soy su asiduo lector. Me alegra verlo por acá. Salud por eso.

  2. angel elias dice:

    mi estinado, me alegra verlo por aca. ya decía, yo quiero ser como usté cuando sea grande

  3. Fabrizio Rivera dice:

    Yo simplemente le digo Capo, para mi es un capo del encaje de lo simple y lo profundo. Capo total de las lineas.

  4. Aseret dice:

    me alegra leerte aqui, y más poder desir que te conosco… sos un exelente escritor

  5. Juan Angel dice:

    Esta publicación me alegra demasiado. Como lector que siempre he sido, me es motivo de grande alegría cada vez que un conocedor del oficio de escribir es reconocido. Hoy mi alegría es doble.

  6. Koan Resuelto dice:

    Muy bien hecho Engler. Felicitaciones por el éxito alcanzado!

  7. Engler Garcia dice:

    Si, tengo algo que decir. Salud y gracias.

  8. Betsy dice:

    Simplemente GENIAL!!!

  9. Carlos R. Mazariegos dice:

    Excelente escritor chapín…ahora voy a parís….

    Muchas Felicidades!!!

  10. Pablo Alvatiz dice:

    Transmite! Realmente, en cada una de las narraciones. Eso es dificil. Exelente.

¿algo qué decir?