Te Prometo Anarquía

lección poética: uniendo las voces en una sola bullirá la sangre del corazón, fluirán testimonios en batahola, ensangrentado saltará el horror

 
[PEDRO MARTÍNEZ]
 
Una luna escarlata se cierne sobre las desoladas calles, iluminadas por lo rojizo de la luz reflejada por el astro, de la tierra comienzan a brotar extremidades. A través del polvo, abriéndose paso cuan veloces lombrices, cavando y escapando a través de la tierra y sus cicatrices, deseando respirar de nuevo ese aire vivificante, una legión de muertos escapándose del Hades.

Mientras medio mundo duerme, atestan los fiambres las callejas y callejones, y se suben otros a lo alto de los balcones. Esqueletos, espíritus, desaparecidos que vuelven a aparecer, hasta donde alcanza la vista, ¡redivivos por doquier! Cargan algunas féminas entre sus brazos las flores de sus mausoleos y forman una interminable fila de aquí hasta el inframundo. Un simpático director descarnado compone su corbatín antes de dirigir a la mortuoria orquesta con una costilla.

Dulcemente frótanse fantasmagóricos violines que flotan, al viento entre las costillas desnudas se escucha ulular, improvisados oboes los fémures apolillados, el órgano lo manejan un cráneo y su contemporáneo… armonizando melancólicamente van todos los ecos en el réquiem.

Allá en sueños escuchan los vivos su lúgubre música, que ensalza aún más, lo triste de la tenue luz que ilumina sutilmente los rincones de las sombras en las habitaciones. Entreabriendo los párpados, aquel viejo viudo escucha el arpa que lo enamoraba… y entre el sueño y la vigilia, sonríe, y deja morir sobre la almohada, de su cansino ojo una lágrima, que ahora por fin descansa en paz.

Proyectáronse entonces brevemente los recuerdos, como translúcidas sombras sobre el pueblucho. Las viejas y polvorientas casas retomaron su gloria de antaño, de las fuentes de aguas obscuras volvió a brotar cristalino líquido. Con ese rojo resplandor la luna reanimó las cenizas, con ese rojo resplandor los vestigios de los que fueron, fueron en ese instante, de nuevo.

Pero ya no más… rasgándose van los dolientes sonidos en las ramas desnudas de estos árboles, amargamente tañen las campanas de la derrumbada catedral, empujadas no sé si por el viento o por obra fantasmal. Los muertos también lloran a los vivos, los muertos también lloran el olvido…

Día rojo, día gris, día perdido en el flujo del tiempo, única gota derramada de las manos del guardián… las circunstancias permitieron a los muertos revivir, algo que por ahora, no volverá a ocurrir…

Cobijados en la obscuridad y el frío, antes de ser engullidos por el olvido, graban en el mismo viento, su lamento… un réquiem, para vivos.

ATACAMA

En las secas tierras de Atacama, un drama de vida y muerte tiene lugar. La voluntad del desierto se apiada de aquél que triste por sus dunas vaga.

En un árido paraje yace malherido un desdichado, cuyos ojos castiga la desértica tormenta. En su rostro de roca lleva cinceladas multitud de cicatrices, en sus labios cascados no hay humedad alguna, y en su diestra de arenisca, germina milagrosamente un pequeño cacto. El calor en violentadas ondas, escapándose del suelo cuan infernales ánimas, le abrasa el cuerpo al agónico individuo. Y tose una o dos veces, y sale polvo de su boca, y tratando de gemir descubre que sus lágrimas son pero rocas.

Ligada al desierto esta alma afligida, sufre ya el averno en vida. Le relata el viento secretos ancestrales, tatúanle los escorpiones venenosos jeroglíficos en la piel, y recorre su cuerpo la cascabel. A medida que el sol empieza a decaer, el desierto le engulle poco a poco, su estéril velo le cubre casi completamente. En el horizonte se dibuja desordenada, jauría de coyotes que violentada, persigue el hedor a muerte que del hombre mana.

La oscuridad reinante es desplazada, por una blanca luna inmaculada. En la soledad del sitio infecundo, enterrado mortalmente el moribundo, asfixiándose van las penas en sal, segundo a segundo. El frío comienza a invadir su abatido organismo, guarda en su pecho débiles latidos que se pierden sin eco.

El cacto crece, a medida que el dolor al mortal más estremece. Y serpenteando entre las dunas, la blanca luna, baña de luz al hombre de arena. Su inmóvil figura al más mínimo roce, amenaza con derrumbar, como triste montículo de sal.

Afligida la voluntad del Atacama, se apiada de esta melancólica alma. Y un sortilegio de sombras, arena y fuego, en torno al inmóvil danza. Y tímidos brotando del pecho, sentimientos encontrados en solsticios, historias de lacónica felicidad, bajas pasiones escarlatas. En el centro de su corazón enzarzado, una esperanza eterna de amor a la vida.

Aferrado al manto desértico, bajo lo azabache de un cielo pocas veces estrellado, un arenal con forma humana, en cuya extremidad derecha se alza soberbio un blanco cacto. En tierra de nadie, ¿quién llora? La soledad es peso innecesario, el llanto no brota al así desearlo. Por veces pareciera querer hablar la efigie, pero se esconden sus susurros en débiles ecos, nadie escucha…

En el desierto la piel se marchita sin manos que le acaricien, los ojos al secarse lloran sal, y los labios, se llagan sin besos…

ALUD

Cierne violentamente el invierno su líquido manto sobre los cientos de tejados agujereados que resguardan bajo su férrica naturaleza, a las tantas estirpes de tenaces espíritus que hicieron de esta empinada y peligrosa ladera, su hogar, por no haber mejor lugar. Y en vez de ser motivo de alegría las primeras gotas que viene trayendo consigo el invierno, despierta en estos rostros morenos, profundas saudades.

Entre el fragor del trueno impetuoso, acrecentándose en la entraña el tremor pavoroso, cediendo luego los sentidos ante el manto blanco de la fantasmal neblina, transfigurando a los refugiados en presas del letal miedo que extermina, y los rastros de valentía que se guardaban bajo las pieles, de la rapiña del desasosiego ahora son victoria. Las mujeres salándose las mejillas con llanto virulento, los críos amedrentados por el estrépito, los hombres pávidos ante el ímpetu del caos reinante, volviéndose los perros por el terror, diabólicos esperpentos.

El chubasco arrecia y los ladridos de desesperación plagan los hocicos de los animales, se escucha allá en la cumbre el crujir de los árboles, de las heridas en la tierra con el arado a borbotones empieza a escapar sangre bruna, torrentes de agua sucia bordean las humildes casas que no tardarán en ceder sobre sus protegidos.

Y así sin más, vertióse el diluvio sobre la montaña, prontamente impactó con feroces correntadas los maltrechos hogares con todo y sus ocupantes. No se escucharon gritos, en sólo segundos cesaron las preces que con fervor aludían a los cielos, el asentamiento entero fue deshecho por la atroz correntada, así de inmisericorde fue el alud.

Poco a poco se desvaneció lo gris, y el amanecer dio paso a la fantasmagórica túnica de la neblina matinal. Fue purgado de la superficie de la ladera cualquier rastro de vida, soterrados se entreveían bajo charcales y lodo, esqueléticos pinos y cipreses arrancados. Allá en las faldas de la montaña asoma abatida la gente que anoche no logró regresar a su hogar, sus ya afligidos corazones sumidos en la incertidumbre dan un desolador vuelco al contemplar horrorizados bajo el lodoso manto de la muerte, los lívidos cadáveres de sus parientes.

Se escuchan desgarradores los alaridos de los luctuosos supervivientes, y así como desolada fue la ladera por el feroz diluvio, así mismo son barridos sus rostros por el copioso y melancólico llanto. Miradas perdidas, clamores desesperados al cielo, profundos suspiros, rabia intensa… todo ello surge al emprenderse en torno a la triste necrópolis, una busca de desaparecidos que avanzará lentamente, alternándose entre la fervorosa esperanza y el pesado horror de la realidad.

La fúnebre búsqueda es detenida al surgir de un atolladero algo oculto, una tenebrosa y pálida mano. Un acongojado hombre ya maduro, tira con todas sus fuerzas de la fría extremidad, devolviendo así a la superficie a un silencioso testigo del tormento. Una aterrada expresión adorna su enlodada cara, una boca entreabierta deja descubrir toda su dentadura, pareciera así el querer profanar con un quejido sobrenatural el silencio sepulcral en el cual se halla sumido este lugar. Habiéndolo sentado en una maciza roca, los llorosos deudos se congregan en torno a su cuerpo y escudriñan su espantada mirada, con sus húmedos e inflamados ojos, queriendo tal vez así el descubrir las últimas imágenes por él observadas.

En silencio, por mágico portento son todos absorbidos por los ojos del espectro, y forzados a ser partícipes del impío suceso, atónitos observan el progresar de los hechos. Ven a sus allegados guarecerse en las frágiles fortalezas de latón, en medio del silencio escuchan el estruendo de las lágrimas al impactar contra el suelo, y el subir y bajar de intensidad los susurros de plegarias ya imploradas, las efigies de sus muertos por última vez son abrazadas, y abducidos absurdamente de nuevo a su turbio presente, evidencian cuan de inmisericorde fue el alud.

31 de agosto de 2009
1990, Antigua Guatemala, poesía, prosa

7 intervenciones en “lección poética: uniendo las voces en una sola bullirá la sangre del corazón, fluirán testimonios en batahola, ensangrentado saltará el horror”

  1. [johnatanmoran] dice:

    Un post para acompañarlo con café!

  2. Peter dice:

    Johnatan: Rolá el cafecito pues mano… 😉

  3. la-filistea dice:

    Me gusta como escribes!
    ¡¡Adelante!!

  4. Peter dice:

    la-filistea: ¡Muchas gracias por tus buenos deseos!

  5. Roberto Wagner dice:

    Excelente Peter, desde el primer párrafo capturas la atención de la mara. Lleganme!!! Buena onda mano, felicitaciones!

  6. Peter dice:

    ¡Muchas gracias, Roberto! Acordate que luego tenemos qué platicar de celuloide y demás… saludos.

  7. Gabriela Xon dice:

    Genial Peter! como siempre mis respetos!

¿algo qué decir?