Te Prometo Anarquía

mécese Heráclito en el péndulo del silencio del que virtualmente descienden gotas de alteridad y de destreza

 

[OSWALDO J. HERNÁNDEZ]
 
COMA

Siendo los agujeros observados prudentemente a la distancia que inquiere el resplandor del fuselaje lastimado por donde emana precisa la bocanada de leve humo y se escurre la indagación peatonal en el hilo diminuto de sangre moviéndose a gravedad espesa del ritmo parsimonioso de la circulación vehicular congestionada a causa del suceso acaecido unos instantes atrás con fricciones de neumáticos en fuga y detonaciones de alto calibre que han dejado esparcidos los cristales que brillan como superficies cetáceas irisadas bajo el tranquilo resplandor del cielo indiferente que parece no proyectar sombras en el colectivo que empieza a aglutinarse en la forma recurrente de una muchedumbre automatizada por la curiosidad ineludible morbo-estimulante para sujetar un breve recuerdo y así poder argumentar los meandros por donde recorrerá la conversación familiar mientras cenan viendo un noticiario amarillista a la espera de información en detalle del reportaje sobre el automóvil balaceado con A-k47 en el periférico muy cerca de la subestación de policía de la zona 7 aunque la forma de relatar del periodista carezca de la misma emoción paroxística y casi divertida del narrador presencial que se sienta a la mesa con los frijoles escurriéndole por la barbilla. Dos hombres platicaban en la acera enfrente de varios cuerpos inútiles expectantes.

―¿Estarán en Coma? ―se preguntó un intento de escritor.
―No. No hace falta una coma para generar el suspenso o una pausa estúpida en la cotidianidad —se respondió un científico a sí mismo.

© Oswaldo J. Hernández

LA ISLA DE LOS NÁUFRAGOS

Bajar del autobús/ atravesar una calle/ esperar el cambio del color en un semáforo/ contemplar el otro lado de la Roosevelt.

Esperar.
Detenida la muchedumbre: un rebaño; la cotidiana indiferencia, simpatías cáusticas en las entrañas mismas del amasijo instituido por personas desconocidas. Así, empezar a divagar; y por divagar, perder la oportunidad de cruzar al otro lado de la calle. Mierda, pronunciar. Tres personas, demoradas, titubean a los costados, como suspensos, frente a la extinción paulatina del efímero intervalo de calle descubierta. Un Impulso movió seis piernas y corren tres personas apuradas –Hay que correr, así que: al diablo. Continúo inamovible –. Los autos se acercan, corren, aceleran con encono, endemoniadamente; casi los matan, a los tres, los autos, pero logran resguardarse en el arriate central, en el centro de la calle. Se pierde, créanme, un memorable espectáculo. Un Gore diluido en Naif.
El arriate central se asemeja a una isla; sus arbolitos; sus diminutas playas ridículas, esbeltas de: apenas perceptibles cilindros de concreto. Pienso en ello, en la isla, mientras camino a la pasarela más cercana. En la calle, raudos arroyos metálicos se precipitan sin dejar pasar a nadie: bocinan, alegan, echan humo; se quieren matar. Alguien blande una pistola sobre el cielo. Es divertido.
1, 2, 3,………32, 32 escalones que tiene una pasarela. Nadie se percata, en realidad, de ello. Son 32, lo puedo jurar. A la derecha, en las alturas de una pasarela, la ciudad acechada de celajes, de mareros, de atardeceres, de indigentes y niños de la calle; astrosidad: terrible y un poco bella al mismo tiempo. Abajo, en las alturas de una pasarela, la isla…la isla con tres personas recordables, demoradas, muy pequeñas, todavía esperando por cruzar. A la izquierda, en las alturas de una pasarela, un atardecer sesgado, crepuscular; indiferente.
Divertimiento… rictus en el rostro, bajando 32 escalones, llegando a otro lugar. El humo, los autobuses, las consignas chillonas de los brochas, fosforescencias PMT soplando silbatos coordinando el tráfico, aceras atestadas, autos, etcétera en fin. – El otro lado parece el otro lado. – En la isla, oh maravilla, náufragos, los tres montando una algarabía melodramática, de suspenso, como vórtex esencial de la ciudad. Cientos de ojos que miran, que especulan, sí…, allí, hacia el arriate central, a la isla, donde tres personas están siendo despojadas violentamente de sus pertenencias, sin escape. Los autos a su alrededor.
Tres disparos; sus sonidos son el aire, están en el aire, y a la vez, adentro de los cuerpos. Tres disparos.
Me voy a casa.

© Oswaldo J. Hernández

UNA SUAVE BRISA EN EL VIENTO

A Ray



Tilb suspiró desgastándose en el aire:
­ ―Es raro ―dijo― todo esto. Como no pertenecer. Se siente estúpido.
―Funciono igual, Tilb: inconexa. Sin pertenecer.
―La noche es leve, transparente: flota, a veces densa. Qea… ¿sientes?
―¿Dónde estamos Tilb? ―Qea preguntó, difusa, dispersa y abstracta en su sonrisa.
Tilb dibujó, intermitentemente, sus rasgos bajo una luna fluorescente. Tengo miedo ―indicó modesto; con sinceridad.
―¿Qué es este lugar…? no pertenecemos, Tilb. No podemos…
―La luna, incluso, es muy extraña…harto extraña. Mira.

Sentados, contemplando oscuridad, dos figuras dibujándose en la luna. Empapando vibración en un espacio, los dos: sus temblores sincronizados. Un abrazo pertinente, ridículo y alentador, les resumía el ánimo. Sosteniendo las figuras de sus cuerpos.

Sin sentirse, sin tocarse:
―¿Qea, estás allí?
―Mis oídos no dejan de zumbar ¿sientes eso Tilb…? ¿Tilb?
―¿Qea?
―¿Qué sucede?
―¿Dónde, dónde estamos…?
Qea mantuvo fija la mirada largo tiempo; confusa, en ninguna parte. Era toda una distancia; infinita: las proporciones cuánticas, los barrancos. Qea oscilando, Qea Heisenberg: echa una incertidumbre; principiando desaparecer intermitente.
―Tengo miedo ―Tilb onduló languideciendo, manifestándose por ratos, sin poder decir otra cosa.
―Yo también tengo miedo Tilb.

INTERMITENCIAS.

―¿Estás allí, eh…Tilb? ―ella, lo dijo ella.
Tilb en lágrimas: escuchando las palabras, otra vez; otra vez tranquilizándose. La voz:
―¡Oh!, Tilb…tu cara de idiota.
―Estoy aquí, ―dijo Tilb –sí–, por fin; con cara de idiota.

El valle desolado.
―Sí. Lo sé Tilb, puedo sentirte… muy cerca.

―¿Qué sería del mundo sin nosotros Qea? El despecho, la desesperanza, un disgusto, el hastío, el aburrimiento: somos un fracaso. Mi amargura. El desencanto. He soñado con Bradbury, ¿sabes?, esta misma tarde. Conflagraciones en las páginas de Marte, del espacio, del NoFuturo. El caleidoscopio. Ilustraciones en las almas del pigmento. Bailando, para no estar muertos. La lluvia que no cesa: desdibujándonos la Venus Verticordia, en blanco; fulminándonos entre sus millones de patas azules electrificadas. Y Luego, todo el verano en un día, encerrados desde un locker-fabulador con una ventana hacia el espacio. La ciudad sangrienta nos espera; espera descuartizarnos. Soñando con la muerte de Bradbury: las conflagraciones en todas partes, en todas partes. Compartiendo pesadillas entre los mismos sueños recurrentes.
―Tilb: Eres encantador (inverso).

Tilb continuaba hablando con magnífica elocuencia, como un zafado, un loquito. Terminó extático y algo o sumamente cansado. Se le alcanzó escuchar; decir exacto: ―Uno nunca debe regresar a los lugares en donde ha sido muy feliz.
Qea, ella había desaparecido definitivamente del alcance de su vista. Qea; por ningún lado. Qea… intermutando.
Tilb en soledad; su entusiasmo decantado en desilusión, en miedo: era él quien desaparecía, el que no existía más en ese lugar. Cayó, desvanecido en desconsuelo, gritando abstracto.
―¡Tilb! Es por aquí…es la salida― de pronto: Qea llamando: ―¡Tilb!―; llamaba como la sombra al final de un túnel luminoso, bastante extraño, Qea, un contraste en la luna aterrizada. La luz, la luna, se posaba junto a ellos, increíblemente lenta, constante [c=sqrt(E/m)], en la misma forma, a la misma velocidad, formando la entrada de un túnel en el suelo.
―No debemos estar aquí… No pertenecemos a este lugar.
―Sí, lo sé. Debemos marcharnos.
En medio de leptones, en medio de bariones decayendo, entraron en el túnel: se esfumaron, como esparcidos en el aire.

***

El guardia del cementerio, cerca de la medianoche, haciendo su acostumbrada ronda nocturna: dirigió, presurosamente los pasos a donde creía haber escuchado algo, algo en la oscuridad.
El olor a pasto fresco y tierra húmeda, recientemente removida, de pronto, le inundó todos los sentidos. Y una suave brisa fresca, una delicada ráfaga helada, lo envolvía en medio de la noche.

© Oswaldo J. Hernández

 

 

 

29 de julio de 2008
1983, Guatemala Ciudad, narrativa

6 intervenciones en “mécese Heráclito en el péndulo del silencio del que virtualmente descienden gotas de alteridad y de destreza”

  1. Oswaldo J. Hernández dice:

    Qué textos tan asquerosamente malos, sin duda, mejor dedícate a otra cosa Oswaldo…

  2. Vania Vargas dice:

    Pos a mí me gustan. mejor callate Oswaldo… 😉

  3. Sergio Espada Umaña dice:

    Pues no Oswaldo, pemitime refutarte aunque sé que lo hiciste por “joder”, la verdad encuentro en tus textos esa conversión poco usual del uso de la lógica matemática (muy común en Borges, Eco, Sábato, Arthur C. Clark, Edgar A. Poe… y un poco de estos laredos por E. Prado) aplicada de forma interesante para hacer aun más frio el cuento, aunque tus relatos aún mantienen cierta calidez que envaina al lector “común”, pues no sos para los “comunes”. Buenos, me encantan este tipo de cuentos tan creativos. La verdad pensaba comentar hace unos días pero esperaba reacciones.

    Buena onda vos, sos sin igual un joven prometedor de la literatura chapina. Adelante en la lucha compa,

  4. Petoulqui dice:

    Sumemos otro elogio para vos, Oswaldo, a los presentes (de los demás) y a los pasados (míos).

    “Una suave brisa en el viento” ahora me ha pegado con la fuerza de un tornado. Me conmovió.

    Saludos a tu exigente alteridad,

    Julio E. Pellecer S.

  5. Andrea Grimaldi dice:

    Me encanta la puesta en cámara lenta de la raíz de la energía sobre la masa.

    Uno nunca debe intentar volver a los lugares donde ha sido muy feliz. Completamente de acuerdo con Tilb.

    Me gusto mucho, saludos =)

  6. edgar gonzález dice:

    excelente oswaldo!! felicitaciones!! aún queda mucho para dar, sigue en la práctica…

¿algo qué decir?