Te Prometo Anarquía

avistando al ente que se anula entre la multitud como urbanita-cero que sí cuenta

[SERGIO ESPADA]

 

Algo común

La propina incluirá todos
los servicios:
Ron, merengue
y un implícito
alquiler de tu vacío.
“Cabaret”, Luis Fernando Alejos

Se acerca, me mira con los ojos verdes grandotes como un gatita en brama y me coge de la mano para que la lleve a una pensión. Ebrio y descuidado la beso varias veces untándola de guaro con saliva y restos de boquitas; le lleno el calzón de pisto, billetes de cincuenta, veinte y diez, ella sólo ríe. Por un momento su dulce perfume me causa náusea y regurgito un poco de comida, ella me tranquiliza y me pregunta si debe seguir, mientras se limpia el vómito del hombro, yo afirmo con la cabeza pesada y sin decir palabras me tiendo en la cama de la habitación que alquilamos. Ella me desnuda, no tiene asco y solo lame por donde quiere y sabe que excita. Pasan unos momentos, ella hace varias cosas que nunca recordaré. Al amanecer sufre una mutación y recupero algo de sobriedad, la veo horrible, espero no haberme cogido a un travesti, la veo bien y lo constato tocándole la vagina y un pechito. Me siento aliviado de seguir siendo machito y de que no me pegaran el sida; sigo durmiendo un poco más mientras ella se marcha. Entrada la mañana decido abandonar el lugar, hago cuentas que ayer me pagaron una semana de trabajo en la obra de construcción: eran mil quetzales, ahora sólo tengo cinco; me siento mal de no haberla invitado aunque sea a un traguito para quitarnos la cruda. Voy a la casa, a patadas rompo la puerta de lepa, tendré que pegarle a esa pisada que me llenó de hijas, para que no alegue del gasto, total ella tuvo la culpa del montón de hembras que tenemos. Lo haré si empieza con malas miradas y a pedirme pisto.

El extraño

Deathwish in the fading light
Headlight pointing through the night
Never thought I’d see the day
Playing with my life this way
Sting/The Police

Una fuerte llovizna caía al otro lado del ventanal de la que asumía era la sala de mi casa. Como una especie de efecto hecho a propósito por las luces de los autos y los transeúntes, se percibían, a través del vidrio empañado, figuras abstractas, impresionistas y espectrales. Un abominable y vertiginoso temor recorría mi ser e intenté hablar con palabras de aliento a ese yo interno para que dejara esa angustia. Pero poco pudieron hacer mis huecas palabras, algo sucedía en mis adentros.

El ambiente me parecía en cierta forma incongruente, algo me desintegraba de la demás materia; si hubiera muerto, pensé, no me estaría pensando y reprochándome la incertidumbre. Intenté tomar una especie de lapicero que estaba encima de una repisa de la sala, para plasmar ese sentimiento en una hoja que observé tirada en el suelo, pero el lapicero se escurrió de mis manos innumerables veces, hasta quedar convencido de que era imposible sujetarlo y levantarlo. Durante varios minutos quedé estático en medio de la habitación, cuando algo motivó mi interés por ver quiénes estaban en las otras piezas de este lugar algo familiar; reconocí a Lucky, mi mujer, estaba sola en cama, completamente explayada; también Bruno y Camilo, mis dos hijos varones, aún dormían, talvez soñando con alguna figura imaginaria; pude ver sus imágenes mentales y sentí algo agradable y reconfortante.

Caminé por el corredor que daba a los diferentes ambientes de la casa, para que no pudieran oír mis pasos. Así llegué a mi estudio, un lugar pequeño, acogedor y que renunciaba a la luz con tan sólo correr una opaca cortina y una persiana americana. El lugar estaba arreglado de forma que mis libros más preciados quedaran guardados en una estantería de cedro, aromática, limpia, seca, y que recorría en media luna la habitación. Tranquilo pude observar los volúmenes compilados de mi pequeña colección, vi los lomos de “El mundo como voluntad y representación”, la colección de Allan Poe, Borges, Cortazar, H.P. Lovecraft, Nikos Kazantzakis, Milan Kundera, alguno que otro libro de filosofía occidental y psicología; varios libros de arte, fotografía, y diseño gráfico; el repetido color de la Enciclopedia Británica, mas otros libros de los cuales solamente algunos pude reconocer.

Observé hacia el suelo y noté varias hojas impresas desperdigadas, formando un sinuoso camino que conducía hacia un escritorio, incliné lo más que pude el cuerpo y concentré la vista en la hoja más cercana a mis pies, parecía el final y decía: Esa noche Basilio abandonó en la alcoba a su mujer, reconoció su culpa y lejos de evadirla, llegó a la conclusión que la única forma de no sufrir la infamia y el divorcio era el suicidio, evitando así el peso de esta vida, aunque pudiera para otros significar, cobardía o torpeza. El texto que leí me pareció ajeno y contradictorio a lo que creía mi realidad.

Subí la mirada de frente y observé que en el escritorio había una laptop abierta ya en modo de hibernación y una pequeña impresora láser encendida; pero mi admiración fue espeluznante al ver sentado en ese lugar a un hombre corpulento que estaba dormido como una montaña y se dibujaba a contra luz en una silueta desproporcionada. Recorrí de nuevo la alfombra buscando más detalles: noté un charco de sangre que probablemente se había formado horas atrás, caminé alrededor del escritorio siguiendo el origen de la sangre y vi que del lado que se reclinaba el cuerpo del hombre, el izquierdo, colgaba su brazo con un torniquete y una jeringa que aún suspendía del antebrazo goteando sangre. Me alarmé, aunque mis latidos eran nulos y la sensación duró un instante. Volví a observar al individuo, busqué su rostro y bajé mi vista hasta poder alcanzar a ver algo de sus ojos. Acongojado y convencido de que no necesitaba más elementos de juicio para creer que era yo mismo, sentí ahogarme.

Con dificultad abrí los ojos y me di cuenta de que había amanecido, todo giraba a gran velocidad como una intolerable embriaguez. Estaba tirado en un vertedero de basura, muchos dejaban caer bolsas encima de mí sin importarles mi presencia, solo giré a un lado para evitar que un camión me aplastara, sentí un agudo dolor en el brazo izquierdo, tenía clavada una aguja hipodérmica y avanzando una gangrena; pronto una excavadora me empujó al fondo de un hoyo lleno de basura y súbitamente se hizo todo oscuro. Agitado y desubicado me levanté en una cama de hospital, Lucky me haló de forma sutil del brazo izquierdo y sin sentir ningún dolor punzante volví a despertarme en el estudio, con el hombre extraño, del que no había despegado la vista de sus ojos; aterrorizado procuré salir de ese lugar pero en vano fueron mis esfuerzos, toda la casa estaba con llave, excepto la ventana de mi estudio. Intenté salir, pero afuera la visibilidad era nula, oscura y sólida.

Espectros caen del cielo

Strangers passing in the street
By chance two separate glances meet
And I am you and what I see is me
And do I take you by the hand
And lead you through the land
And help me understand the best I can.
“Echoes”, Pink Floyd

Al mirar al cielo veo las nubes que se convierten en no sé que cosas, veo los zopilotes en contra picado y el trasfondo del espacio azul profundo, una máquina se escucha resoplar y las sirenas suenan en distintos lugares de la ciudad. Esta monotonía no tiene otra respuesta que en el “interior del corazón”, es algo inexplicable. Un sujeto mutilado de las piernas pasa a mi lado y no le reconozco, pero me saluda con un ademán.

Sé que este ejercicio para mis letras es un abandono de mí mismo y la realidad, la búsqueda en la forma de las nubes me atrae e inspira a escribir estas líneas sin mayor sentido u objetivo, me confieso estar endeudado con el todo y a la vez con la nada y que la ciudad expele un paisaje decrépito y sórdido.

Ahora una putita me llama y quiere que la lleve a una pensión, evado su pedido y sigo recorriendo el espacio exterior con mi mirada introspectiva y dubitativa, pero encuentro que en la punta del Edificio del Centro en la cara oeste que da al Pasaje Aycinena, donde está el Cien Puertas, una figura se lanza al vacío y cae cerca de mí. Nunca he sido curioso de los percances humanos, pero me acerco asustado ante tal fatalidad y el hombre, ante mi asombro se levanta, me saluda y me dice en medio de sollozos: ¡Qué día tan maravilloso para morir!, ¿no cree? Absorto, no respondo absolutamente a nada.

Una vieja indigente aparece a la par mía y observa lo mismo que yo, mueve la cabeza con sentido negativo y me dice tristemente: Este muchacho hace siempre eso para llamar la atención de los que les gusta ver hacia el cielo, pero siempre termina hecho mierda y se vuelve a tirar al siguiente día por la tristeza de que es incomprendido su salto, yo ya ni le pongo atención: desde hace 10 años que morí, cuando le vi caer por primera vez.

Asustado, corro por las calles en medio de un déjà vu, cruzo la octava calle doblando hacia la novena avenida, dejo regados en el camino hojas, lapiceros y libros, trato de volver y recogerlos, pero un bus me tira y martaja contra un poste. Ahora ya recuerdo que esto sucede siempre, a esta misma hora y luego vuelvo a repetir la escena de estar viendo al cielo, la invitación de la joven prostituta, luego la punta del Edificio del Centro, el suicida que cae, la anciana y sus palabras que me causan un terror incontrolable de estar muerto, mi trágico accidente al querer huir de algo ineludible y luego se repite todo de nuevo sin piedad, excepto que alguien diferente me saluda desde el principio.

08 de marzo de 2008
1973, Guatemala Ciudad, narrativa

3 intervenciones en “avistando al ente que se anula entre la multitud como urbanita-cero que sí cuenta”

  1. Prado dice:

    he leído los textos y por un momento he pensado en matarle. no puedo permitir que otro escritor de este tipo, tan bueno, me quite la próxima oportunidad de ganar un jugoso premio literario. vaya. mejor le dejo vivir. y así permanezco en el oscuro sitio de los escritores inéditos! se está tan cómodo aquí…

    saludos.
    p.

  2. lu! dice:

    y mi boca se quedó abierta…

    es que no se que decir, siempre sucede cuando leo algo tan bueno.

    saluditos

    lu!

  3. Sergio Espada dice:

    Gracias, por sus comentarios son muy alentadores. Agradezco el tiempo que se han tomado para leer mis trabajos. Lu, gracias por tu comentario, es inesperado saber que te hubieran gustado mucho al igual que a Prado; perdona que no había podido contestarte Lu, pero por el momento me encuentro saturado de muchas cosas, pero este poco de tiempo que tengo, es para agradecerte por tu comentario tan valioso, espero puedas leerlo.

    Atentamente Sergio Espada

¿algo qué decir?